Querida Alfaguara:
¡Qué bien lo hemos pasado estas últimas décadas! ¡Qué buenos ratos, chica! No te preocupes porque cuando alguien me pregunte por ti sólo le contaré lo bueno. No le hablaré de los chanchullos con el premio literario ni de los escritores enchufados por Cebrián (u otro gerifalte del grupo) que te viste obligada a editar. Quiero que sepas que a pesar de nuestras desavenencias siempre te quise.
Cuando te recuerde lo haré para celebrar las aventuras del Capitán Alatriste o para echar de menos los mejores libros de Mario Vargas Llosa, ese monstruo de la buena narrativa. Qué buen trabajo hiciste para La Fiesta del Chivo y qué cómoda me sentí cuando me abriste las puertas de la casa (y de la intimidad) de Don Rigoberto y me mostraste sus cuadernos. Fíjate que fue gracias a ese libro que descubrí a Egon Schiele, uno de mis pintores favoritos. Y qué decir de aquellas primeras novelas de Arturo Pérez-Reverte: La tabla de Flandes o El club Dumas. Ahora hay muchos idiotas que desprecian estos libros calificándolos de comerciales, pero tú y yo sabemos lo que significaron esas obras para los que hace más de veinte años queríamos leer buena (y nueva) literatura española. Entre tú y yo quedarán también las emociones que La Sonrisa Etrusca (De José Luis Sampedro) me proporcionó durante las tardes de aquel verano de 1986 y lo que aprendí sobre lo que son los sentimientos gracias a la obra de este escritor.
Nuestra historia de amor, reverenciada Alfaguara, ha tenido sus altibajos –como toda relación sentimental- pero nunca olvidaré lo que hiciste por la literatura en castellano y la cultura de nuestro país. Ahora te toca vivir momentos difíciles. Poco a poco irás desapareciendo y en unos años no quedará nada de ti. Espero que te extingas con dignidad. En la nota de prensa sobre tu venta a Penguin Random House dice que respetarán tu marca y tu línea editorial. No te lo creas, no seas tonta. Prepárate para lo peor. Para que vayas avisada, te cuento la historia de cómo en 2001 el mismo grupo que ahora te compra engulló de un solo bocado la editorial de Esther Tusquets, Lumen. Lo contamos hace dos años (aquí). Te entresaco unos párrafos de Confesiones de una editora poco mentirosa, libro de memorias de nuestra querida y añorada Esther Tusquets (RqueR, 2005) en el que relata lo que sintió al ver a su editorial devorada por el gran grupo empresarial que entonces aún no tenía “Penguin” en su logotipo, pero salvo eso significaba lo mismo que ahora.
Sinergias
Y en seguida empezaron a hablar todos de sinergia. Desde el gerente general hasta las secretarias. Supuse que lo habían aprendido en un cursillo de formación empresarial y, dado que yo no había cursado ninguno y no tenía claro que era aquello tan maravilloso que nos iba a suceder, corrí al diccionario ideológico y a la enciclopedia que utilizo habitualmente para resolver dameros y crucigramas. El Casares definía sinergia como “concurso activo y concertado de varios órganos para realizar una función”, y la enciclopedia agregaba otra definición que se ajustaba más a nuestro caso: “acción combinada de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. Eso era. Cuando una pequeña o mediana editorial vocacional e independiente, como Lumen, se unía a una poderosa multinacional, como Bertelsman (antiguo nombre de Random House Mondadori) ambas se potenciaban recíprocamente y alcanzaban cotas a las que no cabía aspirar por separado. Los recursos económicos, los contactos internacionales, el departamento de promoción y la red de ventas de Plaza & Janes (la editorial del grupo a la que Lumen pasaba a pertenecer) abrían a mis libros posibilidades insospechadas.
Seguí, pues, haciendo mi trabajo de siempre (en el que no interferían apenas para nada, salvo su empeño en descatalogar títulos y reducir el catálogo a una lista de novedades y éxitos de venta). (…) Y esperé ilusionada los fantásticos resultados de la sinergia, (…). Pero imagino que para que varios órganos concurran a una misma función, tienen que pertenecer a una misma especie, tienen que ser compatibles. Y no era el caso. La distribución de Plaza & Janés resultaba excelente para los libros de Plaza & Janés, no para los míos; los vendedores estaban capacitados para vender mejor que nadie Stephen King o Mary Higgins Clark o, en el caso de Lumen, éxitos de venta como Quino (Mafalda) o como Eco (Umberto), pero no James Joyce o Virginia Woolf; las ideas del departamento de promoción (les hubiera encantado incluir dibujitos de Mafalda hasta en los anuncios y carteles de poesía) no encajaban en el estilo de Lumen. La gracia sinérgica no descendió, pues sobre nosotros, o, en caso de hacerlo, trajo pobres resultados.
Egon Schiele
Argumentos de venta
Después dejó de hablarse de sinergias y surgieron los “argumentos de venta”. En la primera reunión con vendedores, hablé de la importancia de los autores y de la calidad de los libros. Pero vi que no se trataba de eso. Entonces recurrí a contar el argumento –creo pertenecer a una familia de buenas narradoras- y señalé que el lector se lo iba a pasar muy bien. Pero tampoco eso les servía. ¿Qué eran, pues, los argumentos de venta? Básicamente dos: que se hiciera la versión cinematográfica –a poder ser con Julia Roberts y Richard Gere de protagonistas- y, por encima de todo, que saliera en televisión. ¿Y si no se hacía por el momento la película y no salía en televisión? Bueno, también valía si se relacionaba con algo de viva actualidad, con un escándalo, con gente famosa… si la autora, por ejemplo, había tenido un lío con un político importante o con el presidente del Gobierno. ¿Servía esto como argumento de venta? A falta de algo mejor…aunque era preferible con el presidente, claro, y si pudiera ser con el rey…
Querían “libros mediáticos”, y yo seguía editando los que consideraba buenos.
Premios
Algo similar ocurrió con el premio Femenino Lumen de narrativa escrita por mujeres, que llevaba concediéndose con bastante éxito durante cuatro años. Me comunicaron que, al disponer de más recursos, el importe se podía multiplicar por cinco y convertirse en una cantidad relativamente importante, lo cuan atraería a autoras de más nombre. En principio aumentar la cuantía del premio parecía estupendo, pero ¿qué ocurriría si se presentaba esa autora de más nombre y la novela que prefería el jurado había sido escrita por una novelista desconocida de Panamá? Cuando está en juego una elevada suma de dinero, la situación se complica y se impone la sensatez. Y, sin embargo, yo no disponía de un jurado manipulable -¡cualquiera manipulaba a una Nora Catelli, a una Cristina Peri Rossi, a una Ana María Moix!-, y no estaba dispuesta ni a intentar hacerlo ni a dejarme condicionar yo a mi vez. No quería conceder un premio a imagen y semejanza de la mayoría de los que se dan en este país, y que he criticado siempre. De modo que aquí acabaron su andadura premio y colección. En este punto resultó la sinergia todavía menos eficaz, incluso contraproducente.
Egon Schiele
Liderazgo
Esther Tusquets, para terminar, cuenta cómo eran las convenciones anuales de vendedores y cómo se comportaban en ellas los directivos del grupo:
… y me pregunto si actuaciones como esta que estoy presenciando se enseñan en las escuelas de dirección de empresas, escuelas carísimas a las que acuden a dar conferencias los mejores profesores de Estados Unidos, y si enseñan también que para ganarse los vendedores es preciso, al margen de ocasionales broncas y regañinas, situarse al que se considera su nivel. Si es preciso disfrazarse de moro, ponerse camisetas con eslogans ridículos, cantar chorradas a coro, bailar encima de las mesas, contar chistes verdes, hacer bromas obscenas… Porque, al concluir el gran banquete de clausura, mientras todos mirábamos consternados cómo se nos va derritiendo en los platos el helado que por error han servido los camareros antes de tiempo y que no osamos tocar, uno de los directivos ha iniciado su discurso con las palabras: “Cuando llegué a España me dijeron que la gente era muy religiosa, y enseguida comprobé que era verdad, porque en la oficina oía decir todo el rato: ¡hostia!, ¡hostia!, ¡hostia!”
Sin más me despido, querida Alfaguara.
Nunca te olvidaré
Ah, y ya sabes: es mejor que no opongas resistencia, relájate y déjate ir. ¿Para qué luchar?
Maggie
Más (aquí) sobre la venta en el artículo de hoy en El Confidencial de Peio H. Riaño.
